Nueva visión de la Catedral de Burgos

10 diciembre 2008

Crecí junto a la catedral de Burgos, en los años 60, pasé muchas horas de mi infancia corriendo por sus pasillos y por sus alrededores. Jugábamos al escondite de colores refugiándonos en el claustro, nos sentábamos en el coro tallado de madera noble como si fuéramos monjes cantores, sabíamos cuándo nos teníamos que marchar a todo correr porque oíamos al sacristán venir hacia nosotros, llevaba en su sotana un cordón con todas las llaves de la catedral, que en aquel entonces eran muchas y vaya si sonaban, eran de aquellas llaves gigantes que hoy se venden en los rastrillos y la voz de alarma era "que viene el sacristán, que viene el sacristán". El papamoscas de tan conocido casi nos pasaba despercibido. En pleno invierno de Burgos, el piso de la entrada por la puerta de Pellejerías se helaba completamente y allí jugábamos a resbalarnos. Entonces no había turistas, las paredes de la catedral estaban teñidas de gris y negro, y con tintes violetas y morados, y el interior...., el interior era negro, apenas si había luces, sólo cuando había misa, y todas las joyas se guardaban en la capilla de los Condestables, la María Magdalena de Leonardo la tenían en un armarito escondido.

Aunque frecuento mucho el entorno de la catedral, y he ido viendo su evolución en estos años, ya no es mi catedral de infancia, ésta, más limpia, es un monumento patrimonio universal de obligada visita. Yo la veo con otros ojos y me muestra objetos o vistas nunca miradas por mi ojo anteriormente. Siempre me quedaré con las gárgolas, y hoy me sorprende la riqueza de sus capillas y he visto zonas que antes nunca ví. Algo ha permanecido igual, el frío que hace dentro y el olor a incienso.

También me ha sorprendido, que allí donde jugábamos en el hielo, en La Llana de Afuera, se alza imponente una escultura, su blanco resalta junto a los muros, pertenece a la exposición que el CAB de Burgos realiza por su quinto aniversario y es de Jaume Plensa.

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