10 marzo 2010
Hace poco iba yo absorta por el bosque fijándome en la hojarasca, en algunos muretes vacíos de verdor, con ramas de trepadoras desnudas o poniendo la vista en cualquier charco sobre la pista, ya que a estas alturas todavía no ha brotado la primavera, aunque empieza a asomar ya incipientemente su cabecita.
Las hojas caidas durante el otoño continúan su proceso de sintonía con el entorno, camino de una degradación que las llevará a formar parte de lo más íntimo del bosque y de Gaia, y que a la postre permitirá que nuevos brotes futuros inicien y perpetúen el ciclo de la vida, hasta que acabemos por perturbarlo todo como así parece que ocurrirá.
El caso es que de su visión me surgen imágenes en mi interior, las hojas tienen ojos que me hablan de todo lo que han visto y me lo intentan mostrar, me descubren su belleza escondida. De cualquier lugar surge un insecto cualquiera, un chinche escudo que me da muestras de sus correrías y me deja su impronta. sobre el muro o mis amigos saltamontes. Simplemente me permiten divagar por la construcción de otros mundos que no por imaginados son menos bellos.
Será un placer poder compartir con ellos esos espacios fractales que he creado para que vivan y que tomen como compañía a esos habitantes recién venidos.
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